sábado, 5 de julio de 2014

Cuando no existía matrimonio civil para heterosexuales

Desde hace días he estado pensando en las personas que en 100 años buscarán bibliografía y recogerán las opiniones en prensa sobre los derechos de convivencia otorgados a parejas homosexuales en el año 2014. ¿Se reirán de nosotros? ¿Se quedarán con la boca abierta sin poder creer lo que leen? ¿Cómo mirarán a los que utilizaron argumentos confesionales para oponerse a una reforma civil?

Para buscar un paralelo me puse a buscar bibliografía sobre los debates que ocasionó, hace más de 100 años, la implantación del matrimonio civil y el divorcio. Encontré el libro de Carlos Ramos Núñez ‘Historia del Derecho Civil Peruano Siglos XIX y XX’. En su Tomo V, Volumen 2 (Fondo Editorial PUCP, 2006) se incluye el capítulo 6, “La secularización del Derecho de Familia, el eclipse de la fe” que contiene un fascinante relato del debate que duró décadas en tesis universitarias, prensa, luchas políticas y ataques de la Iglesia. Se los recomiendo a todos mis lectores, pero en especial a los miembros de la Comisión de Justicia del Congreso que tendrán que decidir cómo quieren que se les recuerde en 100 años.

El Código Civil de 1852 solo admitió el matrimonio católico, celebrado de acuerdo al Concilio de Trento, como generador de efectos civiles. La llegada de extranjeros no católicos, a raíz del proceso de industrialización de fines del siglo XIX, generó una polémica profunda y durísima sobre la posibilidad de un “matrimonio civil entre no católicos”. En diciembre de 1897, el presidente Piérola y su ministro José Antonio de Lavalle promulgaron la ley. Con muchas dificultades y reformas posteriores, este fue el origen del matrimonio civil en el Perú recogido plenamente –y ya no solo para “no católicos”– en el Código Civil de 1936.

La furia de la Iglesia no fue poca. Manuel Tovar (futuro arzobispo de Lima) se refería indignado en homilía de 1897 “a la moderna herejía, que un resto de pudor legal llama matrimonio civil y cuyo verdadero nombre no puedo ni debo decir”. La Iglesia reprodujo estas y otras homilías, emitió severísimas cartas pastorales y pidió recoger firmas para vetar la ley. ¡Y era para los “no católicos”! ¿Suena conocido?

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