viernes, 9 de enero de 2015

El humor es LIBRE

Buen tiempo que no escribía en este blog. Se cruzaron demasiadas obligaciones en mi camino, la escuela, el trabajo, y asuntos personales (que sinceramente no tengo por qué explicar por aquí), que no me permitieron continuar con este blog. Pero viendo el ultimo suceso de trascendencia mundial, me decidí a dar mi punto de vista al respecto, y qué mejor que hacerlo por aquí.

Aunque esta vez me cuesta escribir. Mi computadora y mi cabeza están en blanco, pero parece que fuera un ecran por donde se proyecta la escena escalofriante y sádica de ese maldito terrorista que, en nombre de Alá, remata a un policía que yace herido en plena acera. ¿Cómo puedo creerles a estos salvajes cuando dicen que 'han vengado al profeta'? ¿Qué? ¿Asesinando a dos policías y a diez miembros de una revista que nunca esgrimieron armas ni mataron a ningún musulmán, sino satirizaban a personajes de la política y al extremismo religioso, no solo musulmán sino católico o judío? Claro, quien ha estudiado la historia de la publicación Charlie Hebdo sabe que adoptó un humor corrosivo, , punzante, hasta cierto punto visceral. Me imagino que por herencia. Recordar que durante la Revolución Francesa destacaron periodistas como Pedro Pablo Marat, que fue asesinado en su bañera por Carlota Corday porque sus escritos iban a llevar a miles de opositores del jacobismo extremo a la guillotina. Ese humor tan francés de Charlie era de los que hacía reir a los enemigos de los caricaturizados y hacían rumiar odio y venganza a los aludidos y sus seguidores.

Así, en 1970, cuando la publicación se llamaba L'hebdo Hara-kiri, recibió su primera clausura porque el día que murió el expresidente y héroe de la resistencia francesa, Charles de Gaulle, apareció con este titular: 'Baile trágico en Colombey: un muerto'. Colombey fue el pueblo donde residió De Gaulle luego de retirarse de la política. Unos días antes de su deceso hubo un incendio en una discoteca de ese pueblo y murieron varios jóvenes. Por eso, el día del fallecimiento del estadista, el titular hablaba de 'baile trágico', lo que fue considerado una afrenta por el gobierno y los censuraron. 

Como veremos, sus humoristas no creían en nadie. En el año 2005 descubren a la que sería otra de sus víctimas: el extremismo musulmán. Un diario de Dinamarca había publicado doce viñetas satíricas de Mahoma. Pese a que la colonia árabe no es tan numerosa en ese país, el escándalo no solo rebasó la sociedad danesa sino que se extandió al mundo entero, incluso el dibujante fue objeto de un atentado contra su vida. El país con más colonia musulmana es Francia y los responsables de la revista decidieron reproducir las doce viñetas del danés, ganándose la declaratoria de guerra de todas las facciones seguidoras de Alá y Mahoma. Después de los terribles atentados del 11 de septiembre, Charlie Hebdo lun número especial con caricaturas sobre Mahoma. En la carátula se veía a Mahoma llorando y señalando 'es duro ser amado por idiotas...'. El propio presidente Jacques Chirac criticó a los editores de la revista y los llamó 'provocadores'. Pese las amenazas y críticas, la revista vendió en pocas horas más de 400 mil ejemplares, triplicando su anterior récord. 'El éxito prueba el interés que la gente tiene por su propia libertad. Es una respuesta ciudadana', sostuvo director de ese entonces, Philippe Val. A los pocos meses, manos siniestras arrojaron bombas molotov al local de la publicación y la incendiaron. Un grupo radical se responsabilizó por el atentado y amenazó de muerte a los editores. Si bien los símbolos de la religión musulmana y sus seguidores del bando radical y terrorista eran 'caseritos' de los humoristas, también el papa Francisco y la iglesia Católica recibieron durísimas críticas vía las corrosivas viñetas de sus caricaturas. Por ejemplo, cuando tocaron el tema de los curas pedófilos del Vaticano, retrataron a un cura en la cama con un angelito. La jerarquía puso el grito en el cielo y las consideró ofensivas para los millones de fieles, pero ningún grupo de esta fe lanzó amenazas de muerte ni planificó atentado alguno. Ideas con ideas. El humor burlón, el político contra los poderosos, los corruptos o el fanatismo religioso son manifestaciones de la libertad de expresión. No hay nada más importante que eso y nada más malsano y diabólico que el que quiere matarla a balazos.

miércoles, 7 de enero de 2015

La 'ley Pulpín' no ha muerto (solo está dormida)

Durante mucho tiempo se ha temido que el dictador Juan Velasco Alvarado fuese el principal modelo del presidente Humala en el ejercicio el poder. Los elogios que ha dispensado frecuentemente a quien él llama “mi general” y no pocos de sus gestos políticos desde que asumió la presidencia hacían pensar así. A la luz de algunos acontecimientos recientes, sin embargo, se diría que el actual mandatario es más bien tributario del pensamiento de Manuel Prado Ugarteche, quien afirmaba que en el Perú hay dos tipos de problemas: los que no tienen solución y los que se solucionan solos, pues esta última es la filosofía que parece haber adoptado con respecto a la suerte del nuevo régimen laboral juvenil o ‘ley pulpín’.
La norma, como se sabe, ha encontrado una ruidosa resistencia en las calles y, como consecuencia, la mayoría de organizaciones políticas presentes en el Congreso ahora exigen su derogación y probablemente acaben por conseguirla. Pero si eso ocurre no será porque no existen argumentos para defenderla, sino porque el gobierno ha sido absolutamente deficitario en esa tarea.
Es verdad que los ministros Ghezzi, Segura y Otárola han hecho esfuerzos por explicar las ventajas que la ley ofrece, y que la primera dama ha intentado respaldarlos, así como que se ha intentado promocionarla a través de encartes y campañas en Facebook y Twitter. Pero es cierto también que el turno del empeño persuasivo era antes de que el régimen en cuestión fuese aprobado y no cuando la pradera ya estaba incendiada y el encanto de oponerse a una iniciativa oficial se había convertido en un fin en sí mismo. La discusión de una ley en el Parlamento, lamentablemente, a veces pasa desapercibida hasta para los propios parlamentarios. Y si la idea salió originalmente del Ejecutivo, tendrían que haber sido sus voceros y representantes los que se comprasen antes que nadie la, digamos, agitación y propaganda del espíritu de la norma. Eso podría haberse materializado, por ejemplo, a través de algo similar a los conocidos ‘Green Papers’ y ‘White Papers’ que se publican en el Reino Unido durante el tiempo de elaboración de una iniciativa gubernamental, invitando a los interesados a participar del proceso.
Lo cierto es que, como decíamos, los argumentos para abogar por la ley existen. ¿Cómo no va a poder defenderse un régimen que hace menos onerosa la contratación formal de un adulto menor de 24 años en un país que tiene uno de los 20 regímenes laborales más rígidos del planeta, o en el que siete de cada diez personas con algún tipo de trabajo se ven en la necesidad de desarrollarlo en la informalidad? Esto, por supuesto, no quiere decir que la ‘ley pulpín’ sea impecable. De hecho hay quienes han observado ya las distorsiones que podría producir en el mercado laboral y la inutilidad de sus pretendidos ‘candados’, habida cuenta de su dependencia de una fiscalización que se anuncia más teórica que efectiva.
Esas debilidades, sin embargo, no deberían ser sino una razón adicional para que el gobierno acceda a discutir nuevamente el asunto dentro y fuera del Congreso y rescate así los beneficios de esta iniciativa. Le corresponde al oficialismo, efectivamente, demostrar que sus ideas son mejores que las de quienes se oponen a la norma por simple voluntad de sintonía con los protestantes o por prejuicio ideológico (dos pruritos que, dicho sea de paso, han encontrado terreno fértil en la propia bancada de Gana Perú). Pero, lejos de eso, la actitud de Palacio consiste en hacer como si el problema no existiera o, según la mencionada doctrina del ex presidente Prado Ugarteche, fuera a resolverse solo.
El presidente Humala, en particular, se limita a pedir el beneficio de la duda para la ley y a denunciar la inconsistencia de aquellos líderes políticos que, como Alan García, promovieron iniciativas similares en su momento. O, en todo caso, a hacer escarnio de la mutabilidad de los legisladores que en un primer momento votaron a favor del nuevo régimen y luego, intimidados por la reacción que desató en las plazas y en las redes sociales, retrocedieron sin empacho. Como si fustigar por sus veleidades populistas a quienes antes identificó con las “cloacas” o los “mamarrachos” fuese a granjearle el apoyo político que precisa.
Y mientras tanto, claro, la ‘ley pulpín’ marcha imperturbable hacia su derogación en la Comisión Permanente o en el pleno, bajo la mirada melancólica de sus empeñosos gestores que, como los siete enanitos cuando contemplaban a Blancanieves con la manzana atragantada, musitan que no ha muerto y solo está dormida.