domingo, 1 de marzo de 2015

Domingos con olor a cuaderno nuevo

Los domingos huelen a colegio. Sobre todo el último domingo de verano (que antes era pegado a abril y hoy pegado a fregarte tu verano). En mi época escolar el asunto era peor: no había acabado el sol y había que enfundarse en el picoso pantalón de poliéster y la almidonada camisa blanca o la gris esa que ya dejé de utilizar. Un proceso de allanamiento a la individualización, a ser iguales ante la ley de la palmeta educativa.
La educación es un derecho universal de reciente factura. En la colonia era solo para unos cuantos privilegiados: peninsulares, la nobleza criolla e indígena y para algunos mestizos pudientes. Más aun, los requerimientos eran mayores: se exigía la limpieza de sangre, la legitimidad del nacimiento, buena crianza y buenas costumbres. Y esto hasta bien entrada la república, también. Los principales educadores en la Lima colonial fueron los religiosos y entre ellos los jesuitas.
El Colegio del Príncipe para caciques nobles se ubicó donde hoy está el colegio Alipio Ponce en Barrios Altos; el Colegio Real de San Felipe y San Marcos, frente a Bellas Artes en el jirón Ancash, el Colegio Real de San Martín, en la manzana donde hoy está esa inmensa mole del Ministerio Público en la avenida Abancay (en los primeros años de la república se estableció en un área de ese desaparecido colegio la Escuela Normal, primer instituto para formar educadores). Eso sin contar los otros colegios en donde se formaban a los novicios y se continuaban los estudios mayores para los propios religiosos.
Al desaparecer los jesuitas por su expulsión se produce un vacío que se resuelve fusionando algunos colegios para formar la institución que causaría más influjo en nuestra vida republicana: el Real Convictorio de San Carlos (en la república ya sin el Real). Este se ubicó en la desaparecida casa novicial jesuita, hoy la casona de San Marcos. En 1840, al frente del colegio de los carolinos, se fundó el colegio Guadalupe (detrás de ese gran edificio que fue del Ministerio de Educación), el primer colegio fundado en la república y con espíritu laicista y liberal a despecho del conservador San Carlos.
Un dato curioso que salta a la vista es que todos estos colegios se ubicaron al este de la Plaza Mayor. No he encontrado ningún caso de algún colegio que se haya instalado hacia el oeste (como sí sucedió con los hospitales) hasta la mudanza del Guadalupe en Alfonso Ugarte. Esto es importante porque marca una espacialidad y dinámica a una red de tránsito y de servicios colegiales que se ubicó hacia ese lado de la ciudad dándole una característica especial.
Este dato quizás pueda servir a investigadores de la historia urbana de la ciudad para establecer correlaciones, por ejemplo, con mercados, fondas, casas de placer, etc. Tan solo la historia del convictorio como germen de la república bajo la égida del sacerdote chachapoyano Toribio Rodríguez de Mendoza me daría tema para un artículo entero, pero es domingo y ya comienza a oler a colegio.

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